Mi pasión por la astronomía comenzó observando las estrellas desde niño, pero fue aquí en
San Pedro de Atacama donde todo cobró sentido. Vine a conectarme con el universo,
y en el proceso de descubrirlo, me descubrí a mí mismo.
El desierto tiene esa magia: te desnuda de lo superficial y te enfrenta con lo esencial.
Bajo este cielo, el más limpio del planeta, entendí que mi propósito no era solo observar
las estrellas, sino ser un puente entre el cosmos y las personas. Compartir el universo
se convirtió en mi forma de vida.
Cada noche, cuando alguien mira por primera vez los anillos de Saturno o una galaxia a
millones de años luz, veo en sus ojos el mismo asombro que me transformó a mí. No uso
telescopios solo para magnificar el cielo—los uso para magnificar la consciencia de que
somos polvo de estrellas contemplándose a sí mismo.
Mi invitación es simple: ven a mirar las estrellas, pero prepárate para encontrarte.
Porque cuando entiendes que cada átomo de tu cuerpo se forjó en el corazón de una estrella,
el universo deja de ser algo que observas y se convierte en algo que eres.
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